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Odisea |
Un viaje interior | ![]() |
Abandonos Lo encontré un día, abandonado, en la calle. Llevaba collar sin identificación. Era una mezcla de teckel y algo más indefinido. Tenía una mirada marrón y dulce. Unos chavales que jugaban por allí me dijeron que hacía horas que estaba solo. Después de vigilarle un rato y otear el horizonte en busca de su posible dueño decidí que estaría mejor conmigo que bajo las ruedas de un coche. Así que me lo llevé al veterinario. Lo examinó atentamente. Por la dentadura le determinó aproximadamente la edad de un año. Por si acaso le pusimos todas las vacunas. Después entré en una tienda de animales. Compré un plato, un collar, una correa y comida. Y me lo llevé a casa.
Al principio busqué referencias por el barrio. Pregunté a los tenderos. Puse carteles avisando de que había encontrado un perro de sus características. Consulté los anuncios de los diarios esperando que algún dueño preocupado estuviera lanzando mensajes de auxilio. Nada de nada. Y así pasaron los días. Tenía que llamarlo de alguna manera y como siempre he puesto a los perros nombre de personajes famosos le llamé Bach. Empecé a sentirme mal con la idea de que alguien lo reclamara; dos meses después decidí que no lo devolvería si llegaba el caso. Afortunadamente el dueño nunca apareció. Vivió conmigo doce años. Fue un perro extraordinario. Cariñoso y tranquilo solo deseaba estar cerca de alguien. Todos los que le conocieron, incluso los más recalcitrantes, estaban encantados. Pasamos muchas cosas juntos. Ya viejo se le diagnosticó una enfermedad pancreática. Vivió aún dos años más en buen estado. Después empezó a encontrarse mal. Un día, al llegar a casa no vino a recibirme. Lo había hecho día tras día durante doce años con explosiva alegría, incluso estando enfermo. Comprendí que había llegado el momento. Murió con una inyección de pentotal sódico entre mis brazos. No podía dejarle entre gente extraña y dar media vuelta. Le acaricié la cabeza y le hable suavemente mientras el líquido amarillo entraba lentamente en sus venas. No se movió. No hizo ningún ruido. Siguió con los ojos abiertos pero noté que se moría. Su mirada seguía abierta y fija pero había perdido su brillo y ya no miraba. La vida se le había escapado. Fue un terrible momento. Por estas fechas siempre me acuerdo especialmente de él. Porque es verano y ciertas personas deciden que ha llegado el momento de deshacerse del juguete que regalaron a sus hijos por Navidad. Como quien tira el coche teledirigido que ya no mola, los abandonan lejos de casa. La mayoría morirán enfermos, en peleas o atropellados por un coche. Bach tuvo suerte. Y yo también. 2002-07-28 a las 13:07 | Odiseo | 2 Comentarios | # Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://odisea.blogalia.com//trackbacks/2106
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