El fuego de la pasión

Tras el mayor incendio de la historia de Colorado, en el que se han quemado más de 50.000 hectáreas, se esconde una carta. Una guardabosques ha sido acusada de provocar la catástrofe cuando quemó una carta de su marido en pleno bosque. Aunque la cremación ocurrió en un lugar adecuado para ese propósito, el fuego se extendió y, ayudado por el viento, ocasionó el desastre.

A menudo simbolizamos el amor y la pasión con el fuego: ardemos de deseo, nos consumimos en las llamas de la pasión, y otras metáforas ígneas mucho menos elegantes. El fuego, el calor, el color rojo son las imágenes del amor.

Pero esta historia nos recuerda que el fuego también es el símbolo del odio. La ira de una mujer al leer un carta también hace arder su corazón y con el escrito arde el bosque. ¿Por qué?

Porque el odio no es lo contrario del amor sino una variante degradada del mismo. En el amor dedicamos nuestras emociones a otra persona. En el odio, también. Cuando amamos regalamos tiempo, energía y vida. Cuando odiamos, también. Al amar reclamamos la atención de nuestro objeto del amor, al odiar también. Ambos nos consumen. Ambos nos seducen. Ambos nos incitan a cometer locuras. Odiar es tan obsesivo como amar y los dos pueden ser destructivos. Amar y odiar son las dos caras de la moneda. Son la misma materia. Solo la cualidad cambia. La pasión del odio también arde en llamas.

Lo contrario del amor no es el odio sino la indiferencia. No nos duele tanto que nos odien como que nos ignoren. Si odiamos, el otro nos importa; por lo menos sentimos que está vivo. Al ignorarle, lo reducimos a nada. Cuando ignoramos, matamos.

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